martes, 17 de abril de 2012
Articulo de opinión
¿CÓMO QUIERO A MI PAÍS EN EL BICENTENARIO?
Constanza Atria Álamos
Psicóloga, Pontificia Universidad Católica de Chile
Estamos cerca de celebrar los 200 años de la historia de la independencia de nuestro país, y de la constitución de Chile como una república independiente. Mientras pienso esto, disfruto de la “modernidad” viajando en un tren nocturno a la ciudad de Santiago, después de un extenso día de trabajo. Miro por la ventana y veo las imágenes de un Chile que se asoma con diversos rostros, en este país que intenta avanzar y crecer a casi dos siglos del logro de la autonomía y la independencia.
Recorriendo algunos lugares de mi país, me han sorprendido los asomos de un Chile que avanza con esfuerzos a la “pos-modernidad”, con avances importantes en infraestructura y nuevos servicios, ciudades en crecimiento y desarrollo agrícola. Un país en “vías de desarrollo”, mirado por otros países del hemisferio sur con cierto recelo, por tener un modelo económico y democrático medianamente estable, fortalecido además por el hecho de haber “dejado atrás” la herencia de un período oscuro y triste de nuestra historia, la dictadura militar (historia muy propia también de otros países latinoamericanos, ¿herencia de antaño como intento de los pueblos por restituir la ansiada independencia o la gobernabilidad?)
Todo hace pensar que enfrentamos un futuro esperanzador, con miras a celebrar un vi-centenario ingresando al mundo globalizado de los tratados de libre comercio y tecnología de punta. Sin embargo, mientras miro por la ventana, no dejo de pensar también en ese otro Chile que la modernidad a veces pretende esconder.
Y entonces, veo también los rostros de los campesinos, los trabajadores, las mujeres y los jóvenes, que viven en las poblaciones donde la pobreza hoy tiene otro rostro. Un rostro ya no de “ollas comunes” y solidaridad, sino de frustración por que la modernidad llega a través del televisor, y se estanca en los sueños de que sus hijos puedan aspirar a algo mejor. Un mundo al cual se es difícil acceder porque el sueldo mínimo no alcanza (y si es que tienen sueldo mínimo).Un mundo que a ratos se hace hostil y agresivo, donde la violencia y la droga son otras caras de la modernidad, otras formas de pobreza en todo sus sentidos, que se suman a los contextos de desigualdad de oportunidades; una realidad que a veces el otro Chile no quiere ver, ni reconocerse como responsable.
Me pregunto entonces qué es la modernidad, ¿cómo está creciendo realmente Chile?, ¿cómo estamos entendiendo el desarrollo? (o ¿hacia quién se dirige?), ¿es el desarrollo económico y tecnológico la única vía para evaluar los avances que tenemos como sociedad? ¿Qué hemos dejado de mirar y rescatar de nuestra propia historia y humanidad? ¿En qué hemos avanzado realmente como sociedad? Y me pregunto ¿Cómo quiero a mi país entrando al vi-centenario, mirando hacia atrás 200 años de historia (y más años aun considerando nuestros ancestros indígenas).
Sueño con un país que tenga un proyecto de sociedad que aspire a un Chile más solidario, más humano y tolerante con la diversidad, con miras a superar la pobreza, pero integrando y no excluyendo, potenciando y no olvidando. Donde también se rescaten los valores más humanos, donde se vuelva a creer y a confiar en el hombre, en la familia (en sus diversas formas), donde se haga visible el rostro de Dios y el deseo de un mundo más cristiano. Un país en que se valore el esfuerzo y el trabajo y se respete la dignidad, no importando donde se nace o el apellido que se tiene.
Sueño con un país donde se valore el trabajo de la mujer, y se hagan esfuerzos por integrarla sin discriminación al mundo laboral. Un país donde se valore la crítica y el debate, donde los jóvenes puedan tener un espacio para proponer y soñar con algo distinto. Un país donde se cuide y valore a los ancianos y a los niños, y se privilegie el medio ambiente en un marco de “desarrollo sustentable”, que no signifique sustentar el desarrollo en la destrucción de la naturaleza.
Finalizando mi viaje a Santiago, pienso en mi hija que me espera dormida a esta hora. Y pienso en tantos hombres y mujeres que como yo intentan aportar a un proyecto de país desde su lugar de trabajo, como tantas otras mamás y familias, que intentan preservar la familia “a pesar de la modernidad”, para soñar en dejarle a ella y las futuras generaciones, un mundo más cristiano, con rostro de hombre, y la esperanza en un Chile más humano con miras a cumplir dos siglos de historia.
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